Julio Romero de Torres



Los inicios de su carrera no fueron fáciles, ya que el no obtener la esperada pensión a Roma con su obra de temática social Conciencia tranquila, la muerte de su padre y el cierre de la Escuela Provincial de Bellas Artes, dificultaron la continuación de sus estudios.
En La siesta o en Pereza andaluza se observan ya las aportaciones de la pintura luminista. Y las piezas más significativas cercanas a la estética simbolista o modernista, son los murales elaborados para el Círculo de Amistad de Córdoba en 1905, con alegorías de La Pintura, La Música, La Literatura y La Escultura.
Al año siguiente, su obra Vividoras del amor, una escena en la que representa a las prostitutas de un prostíbulo, será rechazada por inmoral.
En 1907, con la obra Nuestra Señora de Andalucía inagura su etapa de madurez y, tras los dos viajes a Italia, su estilo queda prácticamente definido, obteniendo su primera medalla en la Exposición Nacional de 1908 con La musa gitana. A este certamen también presentará Amor sagrado y amor profano.
En 1916 se convirtió en catedrático de Ropaje en la Escuela de Bellas Artes de Madrid y se instala definitivamente en la capital. A partir de aquí, representó el pabellón español en diversas exposiciones internacionales, convocados en París y Londres entre otras ciudades.
La consagración de la copla, La saeta, Cante hondo o Nocturno, son obras representativas de esta etapa y que nos permiten conocer la personalidad del pintor.
Durante estos años, su obra se caracteriza por la exaltación de valores típicamente andaluces y sus tradiciones populares, como son el flamenco, la copla o el toreo. También se interesará por los prototipos humanos, siendo la mujer cordobesa la protagonista de sus pinturas. Se ha dicho de él que fue el pintor del alma de Andalucía.
El artista cordobés pintó numerosas figuras femeninas, mujeres morenas de misteriosa y profunda mirada que escandalizaron en su época, debido a la carga erótica que ofrecía su semidesnudez. En su mirada hay una ocultación del deseo, al mismo tiempo, que provocan una intensa sensación de ardor y erotismo. Son figuras ensimismadas, encerradas por su propia pasión, alegorías de la sensualidad y del pecado.
En Samaritana (1920), los ojos de la modelo tienen una mirada misteriosa. Su postura es relajada, reposa sobre un ánfora de cobre, proporcionando sensación de serenidad.
En La niña de la jarra (1928), la modelo se sitúa en un fondo tenebrista, destacando así, el rostro de una adolescente morena y soñadora y una jarra vidriada.
Naranjas y limones (1928), representa a una joven que lleva entre sus pechos desnudos un puñado de naranjas. Sus ojos, que producen una intensa sensación de misterio, hacen que su mirada posea una enorme carga psicológica. Es una obra de gran erotismo.
En todas ellas, consigue reflejar la belleza y la melancolía características de las mujeres andaluzas.
A principios de 1930, Julio Romero de Torres, afectado por una dolencia hepática, vuelve a Córdoba para intentar recuperarse. Allí pintó su última obra, La chiquita piconera, que es una de las más conocidas.
La chiquita piconera resume la concepción que el artista tenía de la pintura. La modelo se mueve dentro de un realismo idealizado, nos mira de forma directa y sosegada, mientras deja caer sus brazos relajadamente. El fondo es un atardecer sobre Córdoba.
Finalmente, el 10 de Mayo, Julio Romero de Torres muere en su casa de Córdoba.
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